Comunicarse parece a veces sencillo pero casi nunca suele serlo. Quisiera tener más seguridad de haber encontrado la "cantidad" de preocupación justa que quiero transmitir a un paciente, sin caer en dramatismos, pero tampoco en la condescendencia. Quisiera que un tono afectuoso o, (por que no?) simpático de expresar un mensaje tuviera la misma impronta que un tono serio enérgico y arisco. Que la cercanía no distorsione el mensaje o que la reiteración no le haga perder fuerza.
Solo indagando, preguntando y dialogando con las personas puedes conocerlas. Y solo conociéndolas puedes encontrar la tecla adecuada que tienes que tocar o vislumbrar la senda adecuada por la que tienes que transitar. Tantas teclas y sendas como pacientes, o casi me atrevería a decir como problemas de salud o como momentos vitales o como situaciones concretas a las que se enfrenta uno a lo largo de cada día. Es por todo ello que algunos días termino por pensar que el acto médico tiene que dejar de ser algo unidireccional y que nuestra implicación tiene que dejar atrás falsas neutralidades. El respeto al paciente y a dónde el nos permita llegar, es el límite.
Has dado en el clavo, ¡qué difícil!
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